Para los malos y los buenos momentos
Todos
pasamos por esos momentos complicados que la vida nos pone delante, pero
también esos otros tan buenos que son los que al final recuerdas, los que hacen
que cada día merezca la pena y que ten hacen sonreír, sin embargo hay algo
que tanto los buenos como los malos momentos tienen en común, aunque nunca
nos paramos a pensarlo.
Os
dejo aquí un cuento que a mi me hizo reflexionar sobre los puntos en común y
así poder disfrutar más de los buenos y pasar mejor los malos.
El Rey y el anillo
Hubo una vez un rey que
dijo a los sabios de las cortes:
Tiene
que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito
grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le
pudieran ayudar en momentos de desesperación total...Pensaron, buscaron en sus
libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:
-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas –le dijo- manténlo escondido en el anillo. Abrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación-
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:
-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas –le dijo- manténlo escondido en el anillo. Abrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación-
Ese
momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino.
Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían.
Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el
camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo
valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba
el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia
delante y no había ningún otro camino...
De
repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un
pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARA”.
Mientras
leía “esto también pasará” sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los
enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían
haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de
escuchar el trote de los caballos.
El rey
se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido.
Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo
en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que
entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música,
bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El
anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:
-Este
momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
-¿Qué
quieres decir? –preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi
vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
-Escucha
–dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas;
también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás
derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando
eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó
el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo
silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo,
el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se
había iluminado.
Entonces
el anciano dijo:
Recuerda que toda pasa. Ninguna cosa ni
ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría
y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza
porque son la naturaleza misma de las cosas.
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